dilluns, 16 de maig del 2011

El Sátiro

Aquella misma tarde cogí un vuelo hacia Grecia. Llevaba tiempo queriendo volver i reencontrarme con esa tierra mágica y misteriosa en la que han nacido tantos mitos y leyendas. Iba en busca de escuchar nuevas historias que me transportasen a otro mundo, al mundo de la mitología, de la fantasía y lo irreal. Aunque lo que encontré no fue algo irreal y fantasioso precisamente.

Llegué por la noche, llovía a mares y hacía un frío que helaba hasta a los enamorados más apasionados. No me esperaba nadie allí, así que cogí un taxi y me alojé en el motel más cercano, no me importaba lo sucio, cutre o viejo que fuera, porque al día siguiente ya no estaría allí, viajaría una hora más en coche hasta llegar al pueblo de mi infancia, donde nací y me crié, donde se esconden mis recuerdos más puros e inocentes. Como anhelaba volver a entrar en mi casa, sentarme en mi cama, abrir viejos cajones, rebuscar en el pasado… Pero aun estaba en el motel, dispuesta a dormir cuanto antes para que la noche pasara lo más rápida posible.

Pasó una hora y no conseguí conciliar el sueño, se debía a un cuadro que había colgado en frente de la cama, no podía dejar de mirarlo, no podía cerrar los ojos sabiendo que él me miraba. Me levanté y me dispuse a cogerlo, con cierta irritación casi que lo arranqué de la pared, y me fijé en el dibujo, se trataba de un monstruo, tenía cara, brazos y torso de hombre, piernas de cabra, una barba que le llegaba a la cadera, y como unos pequeños cuernos en la frente, en el cuadro estaba representado tocando una especie de instrumento parecido a la flauta, y en el margen inferior había escrito: “Pan” (Pan).
Sin duda alguna se trataba del dios Pan, el dios de los sátiros, adorador de Dionisio. Nunca había visto una representación de un sátiro como aquella, siempre los había visto representados como seres felices y alegres, pero este cuadro tenía un aura oscura, realmente me empezó a entrar miedo y tiré el cuadro dentro del pequeño armario de madera que estaba situado al lado de la puerta.
Entonces me acosté de nuevo y me dormí del tirón hasta el amanecer.

Un sol rojo empezó a colarse por la ventana, iluminando toda la habitación, y cegada  por la luz me desperté. Al abrir los ojos y mirar a la pared de enfrente me quedé sin respiración. El cuadro estaba colgado de nuevo. Me froté los ojos varias veces y me pellizqué por si acaso seguía soñando, pero nada de eso funcionó, el cuadro seguía allí, y seguía mirándome con ese toque de maldad que tenía.
No quise seguir mirándolo ni volver a tocarlo, cogí mi maleta apenas deshecha y me fui de aquel odioso motel.
Con el primer taxi que paró me aventuré a la carretera con destino a mi pequeño pueblo.

Una vez bajada del coche, un estallido de recuerdos me inundó a la vez, el olor de las flores y de la hierba mojada por el rocío de la mañana, los árboles, el sonido de los pájaros, el parloteo de aquella gente humilde y buena, la risa de los niños…
Todo era como entonces, parecía que el tiempo allí no pasara nunca.

Apresurada dejé todas las cosas en mi casa, y me dispuse a salir a pasear entre los árboles, y disfrutar de aquellas sensaciones.

Entre las ramas, el follaje y demás, llegué a una hondonada circular delimitada por unas piedras puestas en orden y de pie, estaban tan bien colocadas que parecía más bien una obra humana aquello. En el centro se podía distinguir una gran roca redonda aplanada. Bastante extraña también, entonces escuché murmullos y me escondí detrás de un tronco seco que había en el suelo.

Salieron hablando de entre los árboles dos hombres, uno joven y otro anciano.

-¿Este es el altar del que me hablaste? Es bastante grande y espectacular, demasiado para hacer sacrificios animales.-Comentó el joven mientras se acercaba a la roca circular.
-De eso precisamente te hablaba antes, este es un altar especial, aquí no hacían sacrificios animales…
-¿Quieres decir que también hacían sacrificios humanos?
-Hay una leyenda que habla sobre el dios Pan…-el anciano empezó a explicar una leyenda sobre Pan, yo presté total atención a aquello que decía, me había vuelto a acordar de aquel cuadro y se me había puesto la piel de gallina.-…y dicen que si concedían sacrificios humanos a este, los dioses te recompensaban con poderes, entre ellos el de la vida eterna…
-¡Bobadas!-dijo el joven mientras se reía-¡si eso fuera real, la cantidad de inmortales que habría en el mundo sería exagerada!
-No todo el mundo conoce este sitio, en este pueblo sólo quedamos tú y yo con conocimiento de él, mucho se ha hablado de esta leyenda, pero nunca han hallado el lugar y han acabado creyendo que todo era mentira.
-¿Y tu no crees que sea mentira?
-Observa estas huellas.
-Parecen las huellas de un macho cabrío.-dedujo el joven mientras se acercaba al suelo.
-¿Estás seguro? Fíjate bien.
-No, no pueden ser de un macho cabrío, son demasiado grandes para ello, pero…

En ese momento me recorrió un escalofrío tal que lo noté hasta en los huesos.

-¿Y te has fijado en las inscripciones de la roca?-añadía el viejo señalando al altar.
-Están muy desgastados, no se acaban de distinguir del todo…

En ese momento el anciano sacó un cuchillo y con la otra mano empujó al joven por el cuello hasta tumbarlo en la roca, el joven le sostuvo la mano con el cuchillo; forcejearon durante un rato y el anciano ya cansado, acabó cediendo y el joven se hizo con el cuchillo cambiando ahora la postura de los dos, estando el viejo tumbado en la roca y el joven encima con el cuchillo; finalmente, de una manera extrañamente natural, se acabó deslizando el cuchillo atravesando el cuello del anciano, formándose así un gran círculo de sangre a su alrededor.

El joven estaba atónito, pues apenas en unos minutos le habían intentado asesinar y había acabado matando él al viejo que hacía un momento le acompañaba en una agradable charla por el bosque.
Entonces vi algo en lo que no me había fijado antes, era un objeto brillante que se encontraba al pie del altar. El joven lo cogió y se lo colgó alrededor del cuello, parecía una especie de amuleto.
Entonces el joven empezó a caminar decidido hacia un rio que se encontraba al lado mientras iba deshaciéndose de las ropas.
No parecía que supiera lo que estaba haciendo, no tenía expresión en la cara, y los ojos se le habían puesto en blanco.
Una vez se encontró en la orilla del río, se contempló en el reflejo del agua mientras de repente empezaba a sufrir como una especie de mutación; le salieron pezuñas en los pies, pelos blancos en las piernas, la barba le creció con una rapidez asombrosa hasta la cadera, y le salieron como un par de pequeños cuernos en la frente; exactamente como en el cuadro, se trataba sin duda alguna de un sátiro en carne y hueso.
Yo solo soñaba con seguir durmiendo en aquel mugriento motel y con despertarme cuanto antes, pero por más que lo intentaba no conseguía despertarme, porque aquello que mis ojos veían, era real.

Entonces una especie de ninfa con el cabello rojo y los ojos verdes salió del agua, le arrancó el amuleto del cuello, lo tiró entre unos matorrales, y se lo llevó con ella cogido del mentón a las profundidades de aquel río.

Tras pasar varios minutos y no ocurrir nada decidí acercarme hacia donde había caído el amuleto, lo cogí y lo observé con detenimiento. Era un amuleto de piedra verde, con un grabado de un sátiro, tenía una luz especial, no sabía exactamente si era por el sol del atardecer o por algo más profundo, pero de repente me empezaron a arder los dedos y lo tiré, y eché a correr hacia el pueblo como nunca antes había corrido.

Una vez llegué a mi casa me puse a pensar en lo ocurrido, analizando si aquello que había visto había sucedido realmente, o había sido mero producto de mi imaginación por la emoción del momento y el lugar.

Sin darle más rodeos al asunto, decidí acostarme y consultar lo ocurrido con la almohada, pero no pude conciliar el sueño, había algo que me penetraba el alma, lo sentía claramente, como una aguja de hielo que se te va clavando hasta lo más profundo del pecho.
Y de repente vi, en la pared de enfrente de mi cama, aquel cuadro que había visto en el motel, con un sátiro con mirada diabólica que estaba penetrando en lo más profundo de mi mente…

Yaiza Páez, 2n BAT

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